

Quién diga que televisión abierta chilena es pura basura, puede lavarse la boca con jabón.
Porque aparte de ejemplos como El Gen Mishima, Búscate la Vida o La Ofis, el sólo hecho de tener presente en pantalla una serie como Los 80s, hace replantearse las cosas.
Al menos hasta que dure esta etapa de programas con el sello “bicentenario” o hasta que los noctámbulos no se cansen de ver parte de estas series pasada la medianoche.
Creo que esta serie, que está emitiendo actualmente Canal 13 todos los domingo a las 22 hrs. –el verdadero horario prime chileno–, es un verdadero golazo.
En primer lugar, por la sorprendente reconstrucción de época, llena de gloriosos mini detalles que funcionan como flashazos que trasladan la mente hacia esos días.
Desde productos de la época a la notable selección de imágenes de archivo que desfilan por teles de la época. Félix, el hijo menor de la familia Herrera -protagonista de la serie-, debe tener alrededor de unos 10 años. Creo haber tenido la misma edad que Félix por esos días.
Pero además, la serie se atreve a llegar políticamente donde ninguna otra serie se ha atrevido. Como se ambienta en probablemente los años más oscuros de la dictadura militar, era imposible no tocar el tema. Y Los 80s lo hace con agallas.
El capítulo de anoche, donde Daniel Muñoz y Daniel Alcaíno son sacados a “pasear” por un par de clásicos “sapos” de la desaparecida Central Nacional de Inteligencia –vulgares, ignorantes, abusadores– es sencillamente notable.
Eso es lo otro: el guión. La serie, como miniserie, funciona como reloj. De partida, no huele a teleserie, como suele suceder en la televisión chilena.
Acá las diversas ramas de la historia se sustentan por sí mismas con igual balance y el montaje y la dirección tratan de elevar de igual manera el producto, transformándolo en algo que muy pocas veces se ha visto en nuestra pantalla.
Kudos entonces para Andrés Wood, productor de la serie, a Boris Quercia, su director y a todo el equipo detrás de Los 80s. Porque la serie es de verdad un golazo.
Pero hay más, claro. La excusa para hablar de esta serie: flippers.
Porque los pinballs también son parte de la época. Así, vemos como uno de los hijos, Martín, va después del colegio con sus amigotes a jugar flippers a un boliche donde se encuentran maquinitas como la Alí, la Blackout y el Eight Ball Deluxe.
Es justamente el Alí, la clásica y veloz máquina que Stern construyera en 1980, la que se roba la película. Excelente.
Además que fui fan acérrimo de esa máquina en mi época escolar, allá en los flippers de La Quintrala, en la comuna de La Reina. Good times.
Esos son los detalles que se celebran y que hacen que inevitablemente todos los flipperos, allá afuera, sonrían.