

La situación duró cinco segundos. Fue poco después de las 12 de la noche. Casi como en año nuevo, se escuchaban gritos de felicidad infantil (y no tanto) a lo largo del barrio ante la obvia entrega de regalos en familia.
En un momento, un niño, en el edificio del frente, estalló de alegría: «¡Una consola!». E inevitablemente me gatilló el flashback a comienzos de los 80s cuando, en esta misma época, me regalaron un flamante Atari 2600.
No lo podía creer. El recuerdo es estar despierto desde muy temprano en mi pieza, circa 1981-2, con el Atari ya conectado y jugar por largas horas al Asteroids, que venía incluido junto al clásico por defecto: el Combat (que igual era fome).
Pero en un momento, decidí salir a dar una vuelta por el barrio en bicicleta. Fue notable como se escuchaba desde la calle los típicos sonidos atarísticos en las casas.
Estoy seguro de que ese año hubo una entrega masiva de Ataris en los hogares chilenos.
En nuestra pequeña e inocente isla gamer, estábamos seguros de que 1983 iba a ser un excelente y muy entretenido año. Y a pesar de todo, para varios de nosotros seguro así fue.