Soy un nostálgico recalcitrante. Los recuerdos que tengo pasando tardes enteras en el Galaxy Bowl de Apoquindo, al lado el Bowling, donde después funcionó la legendaria -gasp!- Rockola son imborrables. En los Delta, particularmente el 11 (en el Pueblo del Inglés), que estaba al lado de mi casa, o los Flamingo’s y, posterioremente, el Flipperlandia del Shopping de Vitacura. Grandes momentos de felicidad absoluta.
Amo los arcades. Amo esa específica ambientación de luces, ruidos, músicas, aire acondicionado y olor a electricidad. La adrenalina que significaba hacer la cola para comprar las fichas, introducirlas en el monedero y apretar start. Lo máximo. Pero claro, eso son sólo buenos recuerdos. Nada de eso existe por acá ahora. Una lata.
Pero este tipo, Peter Hirshberg, construyó al lado de su casa lo más cercana a ese nirvana electrónico. Se dio la lata de construir un verdadero arcade ochentero -el Luna City Arcade– con flippers y videojuegos de la época. La colección es sublime. Vean esas fotos, el video y hasta el blog que tiene del lugar. Notable. Quiero ser amigo de ese maestro. O mejor: vivir ahí.