

¿Existen los flippers todavía? Claro que sí. Pero lógicamente no viven esos años de oro que experimentaron hasta no hace mucho, cuando decoraban largos pasillos de locales alrededor del país y en diversos arcades alrededor del mundo.
Hoy, es cierto, son sólo objetos de culto y de colección. O tomados como nostálgicas referencias a décadas pasadas, como lo hace la serie Los 80s.
Es cosa de pasearse por el centro de Santiago: salvo los clásicos Juegos Diana de San Diego o los que están en el caracol de calle Merced, donde antes había flippers ahora están esas odiosas máquinas tragamonedas.
Las consolas y la espectacularidad actual de los videojuegos son también competencia difícil para los flippers que aún subsisten en algunas salas de cine y locales cercanos a balnearios.
Pero más complejo aún es el valor de un flipper actual: perfectamente puede superar los dos millones de pesos, con un funcionamiento que puede ser casi tan complejo como el de un automóvil.
Hoy, poquísimas compañías se dedican a la creación de pinballs. Las más clásicas, como Gottlieb, Williams o Bally cerraron o se han reinventado. Una que persiste es Stern.
Stern: Big Game
Basada en Melrose Park, Illinois, acaba de hacer noticia por el despido de gran parte de su mano de obra. La crisis, claro.
Eso, sin embargo, no quita que la fábrica siga manufacturando maquinitas, principalmente inspiradas en hits cinematográficos o televisivos: existen estupendas máquinas basadas en Batman, Piratas del Caribe, Spider-Man, Family Guy o Shrek.
¿El último chiche? Uno inspirado en la serie televisiva forense C.S.I. Y ya se sabe: si estás inmortalizado en un flipper, ya pasaste a la gloria absoluta.
Bonus track: un estupendo artículo publicado en The New York Times sobre la supervivencia de Stern en una inudstria moribunda.
El comentario de Tim Arnold, un tipo que inauguró un Hall of Fame de flippers en Las Vegas, es lapidario: «no es que a la gente no le guste jugar flipper; es que no hay dónde jugarlos».