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Weekend RoundUp 21/08/08: Edición Tikitikití

Las Fiestas Patrias que acaban de finalizar las pasé en la Quinta Región Costa, específicamente en el balneario de Algarrobo. hace tiempo que no iba por esos lados. Y habiendo veraneado allí varios de mis años mozos, me sorprendió lo cambiado que está el lugar.

Básicamente, el lugar huele más a ciudad que a pueblo: tacos, bocinazos, condominios. Por otro lado, está todo el opulento polo de San Alfonso del Mar -ese de la laguna artificial más grande del mundo-, hacia el otro lado del lugar, cerano a Mirasol.

Algarrobo ha cambiado. Antes no era así la cosa. En todo caso, sigue siendo un balneario agradable. Caminar por la costanera sigue siendo un placer y las palmeras y los churros siguen estando presentes (con calidad a discutir).

Evidentemente, quise comprobar en qué estaban los locales de flippers del sector.

Flashback: Algarrobo, finales de los años 90s. Las fiestas cuiconas del yating y las escapadas a El Quisco se complementaban con generosas horas de estadía en los variados arcades del sector. Algarrobo tenía montones de salones en dónde gastar fichas. Aunque hoy la cosa lógicamente ya no es tan así.

Básicamente, siguen existiendo dos boliches con máquinas, y ambos están al lado. Uno está ubicado al lado del tradicional «El Hoyo» y el otro está un poco más allá, bajando unos escalones. Este último solía ser un Delta.

Entre uno y otro -y los locales más chicos repartidos por el sector, como en el Cecconi o al lado del terminal de buses- jugué infinidad de máquinas, desde notables flippers como el Party Zone y el Terminator 2, a videos clásicos como el Gunsmoke, el Elevator Action o el Hyper Olympics. Por demasiadas horas.

Todo, en un frenesí de luces, ruidos, humo de cigarro, conversa, chicas enfundadas en jeans y botas blancas con flecos y olor mezcla de playa, fritanga y colonia Azzaro.

Antes, ir a los flippers era taquillero, cool. Divertido. Se iba a conquistar chicas incluso. Hoy, ya no tanto.

En ambos locales antes mencionados, sólo queda un triste recuerdo de tiempos gloriosos. Quedan algunas máquinas viejas (que al menos igual funcionan), algún juego de ritmo y las infaltables -y apestosas- maquinitas tragamonedas.

Entre a dar unas vueltas y el olor ahora es rancio, húmedo y definitivamente decadente.

Ahora, que no se mal entienda. Había gente en ambos locales. No mucha, considerando que era feriado y eran las 10 de la noche. Pero había parroquianos gastando plata.

Sea jugando taca-taca, en algún viejo juego de pelea (que hoy por hoy, definitivamente se ven mejores en una consola) o en esas endemoniadas máquinas tragamonedas que no sé para qué sirven (bueno, excepto ganar unos pesos), había harta gente y cabro chico agolpado.

Finalmente terminé jugando una sóla ficha en el Tommy. No fue muy difícil adivinar que la máquina estaba coja, varias piezas no funcionaban, los bumpers y las paletas no tenían mucha fuerza y que no le habían pasado un trapito hace meses. A lo mejor, años. Jugué con pocas ganas, la verdad.

Luego de sacar unas fotos y retirarme, no pude dejar de sentir un dejo de nostalgia y hasta un poco de impotencia. Porques esas máquinas no merecen un final tan decadente. Más respeto por favor, estamos hablando de verdaderas piezas de museo. Piezas en las que muchos pasaron sus mejores veranos con los amigos, con un ojo en la bola y otro en las chicas.