Especificaciones técnicas
- Estudio Rockstar Vancouver
- Publisher Rockstar Games
- Plataformas PlayStation 2, Wii, Xbox 360, Windows, Android, iOS
Y ha sucedido. El Bully ya está entre nosotros. El juego más polémico y esperado del año. El nuevo batatazo de Rockstar Games –creadores de la saga Grand Theft Auto–, acaso la tienda de videojuegos de más renombre en el último lustro. Por lejos.
Entonces, claro, ahora que el juego ya está disponible en tiendas, vale la pena preguntarse si era para tanto todo el hoopla que venía junto con el juego. O finalmente, nada era nada más que hype. Personalmente, me quedo con lo primero. Por varios motivos.
Primero: el juego, bajo una primera y simple lectura, se podría mirar en menos y considerarlo sólo un capítulo más del Grand Theft Auto, algo así como las aventuras free roaming del hijo de Tommy Vercetti, pero en un internado. Falso.
Si bien la metodología –o la esencia– del juego es así (espacios libres, mucho recorrido, misiones paralelas a elección), ese es el único punto de comparación real con el GTA. Porque el Bully es un juego quizás no tan ambicioso en alcance, y se agradece.
La sensación prácticamente de agorafobia que produce un juego como el GTA: San Andreas puede llegar a ser a veces ahogante. En el Bully eso felizmente no ocurre: acá hay un completo dominio y alcance de los límites físicos del mapa del juego. Muy en la onda, el tono y el humor de viejos clásicos escolares como el viejo y querido Skool Daze y el bizarro Mikie, de Konami.
Segundo, el juego venía rodeado de esa aura violentista que a los conservadores les encanta hincar el diente. Eso obviamente ayudó a que se comenzara a hablar del juego casi un año antes de su lanzamiento. Y ok, dado el historial de Rockstar y las temáticas políticamente incorrectas (y que amamos) de sus juegos, es entendible en principio que el Bully haya levantado inquietudes. Pero no. No es para tanto.
El juego no es más violento que el que más. Además, no hay asesinatos. De hecho, nadie muere en el juego. Toda la “violencia” que se aplica (y que de inmediato es penalizada cuando se ejecuta de manera gratuita) es de carácter colegial.
Ni siquiera hay sangre en el juego. O sea, “chiquilladas”: polvos pica-pica, peorrillas, pistolas hechas de botellas plásticas, bolitas, petardos, huevos, etc., además del arma más letal y efectiva de todas: una honda.
Tercero, pongamos en la balanza a otro de los candidatos a juego del año: el Okami. En términos visuales, incluso en originalidad, Okami sin duda que es un título que dá que hablar y es estimulante de jugar y de ver. De hecho, sus gráficos son sobresalientes.
Pero lo más importante de todo, su jugabilidad, es poco adictiva. Incluso media fome. Rara. Con una historia poco interesante y derechamente bizarra. Los personajes, ídem.
En cambio, Bully se vanagloria no sólo de crear al personaje del año –su protagonista, el sin par adolescente Jimmy Hopkins– sino también de crear historias y personajes únicos y no meramente caricaturas unipersonales. Es más: la galería de pesonajes del Bully, en términos de riqueza argumental, es impresionante
Cuarto, el Bully aplica todo el potencial que permite una consola actual. Resume todas las posibilidades de juego posibles: disparos en primera y tercera persona, secuencias de teclas y botones, peleas mano-a-mano, interacciones sociales, manejos y carreras (además del uso de vehículos poco convencionales), misiones de todo tipo, mini-juegos por doquier, etc. Hasta hay una sopa de letras. Es decir, hay entretención variada todo el rato.
Y quinto, por que es el juego que más me ha gustado, que más me ha entretenido, que más me ha hecho reír y que más adicción me ha producido durante este año. Motivos suficientes para ensalzarlo como el más serio candidato a juego del año. Sino derechamente el mejor.
Metacritic le otorgó una nota promedio de 87 al juego y si aún no lo has probado, puedes visitar la página oficial del juego acá.