I yearn for a mission that’s boom, boom, and boom — Mattias Nilsson.
No creo ser el único que ha sentido un vacío después de terminar de jugar Grand Theft Auto IV. De repente vuelvo al juego, para rememorar los rincones de Liberty City y ponerme en los zapatos de Niko Belic, por lejos el mejor personaje del año. Pero no es suficiente. Tampoco me sirve de mucho escuchar las radios del juego en la radio de mi auto. Es divertido, evoca las aventuras del gran juego de Rockstar, uno se ríe con los comentarios de los DJs, pero no alcanza. Por suerte, está el Mercenaries 2.
Recuedo haber jugado la primera parte del juego, para PlayStation 2, y que me gustó. Tenía la onda co-op, así que jugarlo con amigos lo hacía doblemente interesante. Eso, además de conducir distintos vehículos y hacer volar cosas y gente por los aires. Pues bien, esta segunda parte no dista tanto de eso. Pero mejorado, claro está. Si hasta los protagonistas se repiten.
Esta segunda parte ya estaba haciendo olitas hace bastante rato por su ambientación y claro, por la mala imagen que recibe Venezuela como país donde desarrolla el juego, a pesar de que el director del juego, Cameron Browne, ha sido enfático en señalar que el juego es, por dios, ficción. Porque Mercs 2 está justamente ambientado en ese país sudamericano, nación que se ha visto doblegada por guerras internas entre distintas facciones. Todo, por culpa del dichoso petróleo. ¿Suena familiar?
Hasta allá llega Mattias Nilsson, un avikingado mercenario sueco con la voz de Peter Stormare que gusta ganar dinero y hacer explotar cosas. Muchas cosas. Aprovechándose de la situación actual, Mattias se instala en el país para "ayudar" a los distintos grupos (o facciones) con distintas misiones que van desde secuestrar -o asesinar- gente a echar abajo gigantescos edificios. Para eso, cuenta con la ayuda de un grupo de rebledes (algo así como Los Magníficos) que ayudarán logísticamente al tipo en su escalada destructiva. Pero también, como siempre ocurre en estas historias, hay detrás una historia de venganza, que es el motor principal de la historia del juego.
Los estudios Pandemic -famosos por sagas como Star Wars: Battlefront y la divertida Destroy All Humans!– vuelven a hacerse cargo del juego, que si bien no funciona al 100% debido a una cantidad casi impresentable de fallas y bugs, funciona de buena gana a la hora de tener una beuna cantidad de misiones en donde matar hartos soldaditos, manejar vehículos bélicos y ver explosiones de distinto calibre.
Como ya es habirtual en este tipo de juegos abiertos, el título cuenta con un vasto mapa que más o menos replica las ciudades más importantes de una Venezuela decadente y derruida por los enfrentamientos y la metralla. Los gráficos están ok, pero nada para llamar a casa. En ese sentido, el GTA IV le da diez patadas. Lo que sí, el juego destaca por sus vistosas explosiones, llenas de efectos de luz y polvo.
La jugabilidad es sencilla, a pesar de los bugs antes mencionados y que ciertos desarrolladores insistan en las tácticas de apretar botones en secuencia para lograr objetivos. Hace tres años, con el God of War, fue divertido. Hoy, ya no. Además, no cuenta con modo co-op offline y eso automáticamente le otroga un punto en contra.
El Mercs 2 ha tendio una buena recepción, pero nada para volverse loco. Metacritic lo tiene con un 73%, al igual que el portal GameRankings . Donde sí el juego parece que se cayó, fue en su versión para la aún viva PlayStation 2. Como sea, el juego igual divierte. Por un rato, mientras venga el siguiente.