The Club es un juego sencillo. Es un shooter en tercera persona que no ofrece mayores originalidades y que sólo busca entretener de buena gana. Porque su gracia radica en jugarlo en equipo, ya sea junto a un amigo o vía multiplayer. La base del juego, muy de la época de los viejos arcades, radica en un sistema de puntuaciones y combos por estilo (en
El juego es un clásico exponente de ese subgénero llamado run-and-gun, donde cubrirse o establecer tácticas de ataque no sirve de mucho. Acá la idea es correr y disparar lo más rápidamente posible. Y acumular puntos.
La historia sitúa al juego en un oscuro club ilegal controlado por un inmensamente rico y turbio archimillonario que entretiene a sus socios a través de apuestas. El pobre diablo –tú– que sobreviva más tiempo a la cacería, gana. Existen ocho candidatos sacados de un catálogo de Benneton que uno puede elegir, cada uno con distintos balances entre fuerza, precisión, rapidez y claro, su propia historia.
Ella usó mi cabeza como un revolver: la verdad es que no se me ocurre mucho qué decir sobre el juego. Porque lo encontré bastante fome. Y poco inspirador. Neeext!
Si bien la campaña para un jugador, a pesar de sus variaciones de juego, resulta mortalmente aburrida y genérica (porque existen demasiados juegos de esta onda mucho mejores y más satisfactorios), es jugando en modo cooperativo o multijugador que The Club despega. En este último modo, existen hasta nueve modalidades distintas, lo que eventualmente le podría otorgar una vida útil un poco más larga al juego. Pero eso sería.
Ojo con la carátula del juego: en la ensalada de personajes, arriba, aparece uno con los ojos tapados que no tiene nada que ver con el juego (¿o sí?), pero que sí tuvo muchísimo que ver con Chile.






























